martes, 25 de noviembre de 2014

MI EXPERIENCIA DIVINA BOUDOIR



Como  las mejores historias en la vida, todo comenzó por casualidad.  Entre copa y copa, ambiente festivo y música de fondo, Irene me contó su proyecto. Quería fotografiar a mujeres reales y a través del Boudoir convertirlas en DIVINAS, fuera cual fuera su edad. 

Lo que me impresionó de aquella iniciativa no fue en sí mismo el aspecto estético sino la idea. Hacer que cualquiera de nosotras, con nuestros años, nuestros kilitos, nuestra timidez y pudor ante una cámara, con nuestro sentido de ridículo y del “yo no valgo para eso” se convirtiera en un viaje alucinante hacia el autodescubrimiento personal. Y eso que al principio, he de confesarlo, no tenía ni idea de que la experiencia iba a ser tan brutal.

En un primer momento me lo plantee entre risas, luego, como un reto; Nunca antes se me había ocurrido una idea tan descabellada. Nunca antes había hecho nada parecido. Pero empecé a pensar: ¿Y por qué no?. 

Así, a medida que íbamos profundizando en el proyecto, me fui entusiasmando con la posibilidad de romper barreras y tabúes y como yo soy de las que arriesgan y que ha aprendido a ponerse el mundo por montera, me comprometí formalmente con Irene a ser la Divina de los 40. Soy de las que ya pertenece a esa década y no me importa decirlo. Es más, con lo que me imponía llegar a esa edad, ha sido cumplirlos y comenzar a ver la vida de otra manera. He empezado a quererme más, a mimarme más, a escucharme más. He encontrado ese punto de inflexión en el que sin desmerecer a los demás, hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero. Y ese cambio me ha ayudado en mi evolución vital.

Supongo que las cosas surgen en el momento oportuno y mi momento había llegado. Aunque aún no sabía cuánto de enriquecedor tendría este viaje que había emprendido de la mano de Irene Vélez.

Poco después de confirmar mi participación en el proyecto, esta fotógrafa del alma, como a mí me gusta llamarla, comenzó a requerirme información. Quería saber de mí, de mis gustos, de mis aficiones, de mis temores también. 

En definitiva, pretendía colarse en mis más profundas emociones para conocerme algo mejor. Pero a medida que yo iba contestando a sus preguntas, yo misma me estaba autoanalizando. 

Ahí es donde reside la verdadera esencia de esta sesión. Porque durante más de un mes, día sí día no, Irene iba planteándome un reto diferente. Me estaba obligando a repasar escenas vividas y a elegir entre ellas, me estaba retando a encontrar aquellas partes de mí que más me gustaban, porque las que no me gustaban ya las hallaba yo solita con mucha facilidad. Me estaba adentrando en mi misma de tal modo que el aprendizaje fue conjunto, único y auténtico, desprovisto de excusas, alejado de negaciones, carente de falacias.

Esa a la que yo estaba mirando interiormente era yo, con sus virtudes y sus defectos, con sus alegrías y sus miserias. ¿Y sabéis que?. Por primera vez en mucho tiempo me estaba gustando lo que veía. Me estaba aceptando tal cual era. Había encontrado el equilibrio. Me sentía en paz y sobre todo, con mucho que dar, a mi misma y a los demás. Eso es ser Divina. Ser mujer. Ser tú misma.

El resto lo hizo Irene.

Aquella mañana empezó pronto. Madrugón, sesión de peluquería y maquillaje a cargo de la siempre solicita Alejandra, de Alarte, quien con su dulzura innata y su buen hacer me hizo sentir una auténtica princesa. Y con la sonrisa puesta y el alma alegre emprendimos camino hacia Jimena, rumbo a Casa Henrietta, el hotel elegido por Irene para la sesión. Allá íbamos  tres locas por la vida, Irene Vélez, el alma máter del proyecto, Regla Gómez Tejada, mi fiel amiga y una servidora.

No hubo nervios, nada de vergüenza y sí mucha ilusión en lo que estaba haciendo. Frente a mí, una fotógrafa de excepción que, silenciosa, pulsaba una y mil veces el click de su cámara. Y junto a ella, Mi niña Regli, lanzándome mensajes positivos y haciéndome reaccionar a sus estímulos verbales, fruto de una amistad profunda y sincera que la hace conocedora de todos mis resortes.

Disfruté. Disfruté como pocas veces en mi vida. Me sentí princesa. Me sentí  mujer. Me sentí bella. Y también sexy, por qué no decirlo. Pero sobre todo, me sentí FELIZ. Y esa es la felicidad sin artificios ni Photoshop que Irene ha reflejado con su objetivo, más allá del aspecto físico y las poses. Ella ha captado mi esencia, mi alma y mi espíritu. Ha fotografiado mi interior. Y eso es ARTE.


Siendo sincera, no me reconocí en las fotos. ¿ Aquella mujer era yo?. Pues sí, vaya si lo era. Lo soy. Irene me ha puesto frente a frente a esa otra Ana valiente, arriesgada, intensa, cómoda consigo misma, bella y FELIZ. He sido capaz de verme con los ojos del espectador y me van a perdonar la chulería, pero me ha encantado lo que he visto. 

Me ha sorprendido y emocionado ver a esa Ana que se refleja en las fotos y que no es más que mi otro yo.

Cuándo me han preguntado qué he sentido con esta experiencia he respondido: Vale por tres meses de terapia. Y es que éste ha sido un viaje alucinante hacia el autodescubrimiento personal, una inmersión en lo más profundo de mi ser, una mayúscula inyección de autoestima y un análisis profundo de quién soy y de lo DIVINA que puedo llegar a ser.

Por eso recomiendo la experiencia, porque nosotras, las mujeres de a pie, también podemos ser DIVINAS. Todas nosotras, porque todas llevamos dentro a esa mujer atrevida, valiente y arriesgada. Esa mujer que además de esposa o madre, a pesar de la edad que tenga, sigue siendo Mujer.

 Ese es el mejor de los regalos, el más bello, el más intenso, el del encuentro contigo misma.

                                                                                                         ANA GAMERO