martes, 28 de octubre de 2014

LA ESTELA DE LOS VIVOS



Qué distinta se ve la vida según las etapas que vamos atravesando. En la más tierna infancia soñamos con ser adultos, nos subimos en tacones y nos pintarrajemos los labios imitando a  mamá. Jugamos a ser mayores. 

Mayores nos pensamos en la adolescencia, rebeldes, con ansias de autonomía e independencia, ilusa seguridad en uno mismo y  en la capacidad de tomar decisiones. Dando los primeros pasos hacia la edad madura, descubriendo el amor, el sexo, los sabores del alcohol y algún que otro pitillo… ¡Qué grande es entonces el mundo y cuánto tiempo nos queda por vivir!. Conciertos, locura, risas, viajes, también fuertes discusiones con nuestros padres. Nos creemos los amos y exigimos respeto a nuestras decisiones. Nos queda mucho por vivir y aún así, vivimos deprisa, con ansia.

Lástima que esa edad dorada pase tan rápido, más rápido de lo que ninguno de nosotros pudo imaginar y entonces empiece la vida de verdad, la de las responsabilidades, las obligaciones, los horarios de trabajo y la hipoteca. Ea, ya somos mayores. ¿Y ahora qué?. Ya tenemos libertad e independencia. ¿Para qué?. Ya no podemos disfrutar de ella tal y como habíamos pensado…  porque ahora estamos encerrados en un trabajo, en un coche que hay que pagar, una casa más grande para dar un hogar a la familia que hemos formado…

Los hijos, esos seres que llegan a nuestra vida y que se hacen dueños de ella, inevitablemente, inexorablemente, esos vástagos que son nuestra semilla, nuestra aportación al mundo, nuestro legado a la humanidad para que cuando desaparezcamos, algo de nosotros quede en la tierra. Y como dice el refrán: ¡planta un árbol, ten un hijo y escribe un libro!.

Pero sin darnos apenas cuenta, va pasando la vida… De repente, te sorprendes pensando que ya has vivido casi la mitad de lo que te queda por vivir, si es que hay suerte. Y entonces es cuando empiezas a plantearte las cosas de verdad. Y empiezas a valorar los pequeños detalles, a retener en tu memoria los momentos únicos, porque ya no volverán. Y a experimentar el momento presente como nunca antes lo habías hecho. También salta el reloj biológico que te avisa de que tienes tareas pendientes… ¿He hecho todo aquello que soñaba?, ¿He viajado a aquel lugar al que siempre quise ir?, ¿Me he bañado desnudo en el mar bajo la luna? O ¿Me he tumbado en el césped fresco sin pensar en nada más que en dejarme acariciar por el sol?.

Preguntas, preguntas, preguntas que estamos obligados a contestar, porque nos lo debemos; aunque a estas alturas ya no vale el “algún día”. Ha llegado el momento de actuar, porque el tiempo es el único tesoro que tenemos y que se nos desliza entre las manos para no volver. Así pues, ha llegado el momento de VIVIR, pero de verdad. Bebernos la vida a sorbos y emborracharnos con ella, gozarla, disfrutarla y apurarla al máximo. Olvidarnos de la zona de confort y cambiar el chip. Porque por más que nos empeñemos en ser eternos, somos mortales y nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto.

¿Para qué entonces amasar dinero para dejar a unos hijos que luego se destrozaran por cuatro duros?. ¿ Para qué escriturar propiedades cuando todo se derrumbará?... 
Respira, siente la vida y disfrútala. Eso es lo que te vas a llevar. 

Aprende a decir No a lo que realmente no te apetezca hacer, rescata al niño que hay en ti, recuerda la mirada de asombro al contemplar por primera vez el mar, atrévete a descubrir o mejor dicho, redescubrir la vida y empezar a mirar con otros ojos, con ojos nuevos, con ojos de ilusión y cargados de curiosidad por aprender cosas nuevas. 

Aún tenemos una oportunidad para formar parte de la estela de los vivos, porque de la de los muertos no hay quien no saque.
                                                                          

                                                                                                           ANA GAMERO