miércoles, 16 de julio de 2014

EL DIOS DE LAS PEQUEÑAS COSAS

Una sonrisa. Una mirada. Un abrazo sincero. Una mano tendida. Un corazón abierto. Unos ojos que irradian verdad.


Unas cañas, unas risas. Confesiones certeras. Amistades profundas.
Un paseo. Una cena sin florituras. Un beso.

El Dios de las pequeñas cosas. Esas que no se compran con dinero, esas que no se planean, que no se falsean, que no se esconden.
En ellas está la felicidad más pura, la más plena, la más intensa y transparente.

Es el Dios de las pequeñas cosas, carentes de artificios y prejuicios. Alejadas de convencionalismos y rumores. El Dios de las pequeñas cosas, que son grandes.

Altruismo, generosidad, compañerismo, solidaridad. Amor, ternura, pasión, conversación. Es el Dios de las pequeñas cosas el que nos hace respirar, sentir, vivir, vibrar.

Un paisaje, un suspiro, un horizonte marino. Una puesta de sol, una hoguera, un cielo estrellado, un café matutino. Es el Dios de las pequeñas cosas que estando ahí muchas veces no vemos, porque no miramos.

Es el Dios de las pequeñas cosas el que yo quiero en mi vida. El Dios que me hace sentir viva y plena, feliz y agradecida con la vida.

Para qué la posición, el estatus y el poder si dentro no hay nada. Para qué.

Para qué las influencias, los coches caros, la ropa pija y el pelo engominado si solo hay una fachada sin alma. Para qué.

Yo que me quedo con el Dios de las pequeñas cosas, las que no se pagan, las que no se venden al mejor postor, las que no se esconden, las que no engañan, las que no chantajean ni traicionan, las que no manipulan ni se aprovechan del buen corazón.

Es el Dios de las pequeñas cosas el que yo quiero dejar entrar en mi vida, para sentir, para vivir, para reir, para dar gracias cada mañana por un nuevo amanecer.

Una flor, un te quiero, un baño a la luz de la luna. Un mensaje escondido, un perfume evocador, una mirada profunda. Es el Dios de las pequeñas cosas al que yo rezo cada día.


martes, 1 de julio de 2014

ROJO SAN FERMIN




Desde mi balcón aquello parecía una enorme alfombra roja. Pañuelos rojos en alto esperando el momento de la señal, el chupinazo, con el que Pamplona se transformaría durante 9 días. 

Aquella enorme marea humana políglota y cosmopolita agolpada en la plaza del Ayuntamiento aguardaba ansiosa el sonido de los cohetes que junto al ¡Gora San Fermín!, ¡Viva San Fermín!, darían por inauguradas las fiestas. 

Y a las 12 en punto, el mundo cambió. Y San Fermín renació. Todo se tornó entonces aún más rojo. Rojo vida. Rojo como el corazón de los pamploneses y de aquellos que, como yo, asistíamos emocionados a aquella explosión de alegría.


Rojo como el color del vino tinto que baña las calles del casco antiguo pamplonés. 

Rojo como los rostros tensos de los corredores que hacen sus carreras en los encierros. 

Rojo como la sangre de los astados en el albero del coso. 

Rojo como el Ajoarriero y los pimientos del piquillo que meriendan las peñas en los toros. Rojo como las mejillas de los niños al ver desfilar a Gigantes, Kilikis, Zaldikos y Cabezudos. 

Rojo como el manto de San Fermín. Rojo como el escudo de Navarra. Rojo corazón. Rojo pasión. 

Rojo San Fermín. 
                                                                                               
                                                                                        Ana Gamero