sábado, 16 de noviembre de 2013

CARPE DIEM by Mara




Todos, absolutamente todos tenemos una historia que contar, una memoria que rescatar, unos recuerdos para no olvidar. Historias de cada día convertidas en pan de oro para quien las ha vivido y atesoradas como vivencias imperecederas. Porque lo vivido siempre deja rastro, en el corazón, en la mente, en la intrahistoria de cada uno de nosotros.

Mara era una mujer tímida y algo apática. Parecía cansada. Sus ojos tristes así lo expresaban y su mirada lánguida delataba que ya no esperaba nada del mundo.

Había sido una buena hija, una ejemplar hermana y una dedicada esposa y madre. Pero de eso hace ya mucho tiempo.

Dejaba pasar los días dedicándose a los demás, afanada en las tareas del hogar y buscando la forma de agradar siempre a los suyos. Siempre preocupada por todos, menos por sí misma.

Y le iba bien. O eso al menos se repetía una y otra vez, aunque las constantes depresiones gritaban a los cuatro vientos que había algo que fallaba en su vida.
Era ella. En el fondo, en lo más recóndito de su alma, sabía que era ella.

Se miraba al espejo y se veía fea. Y cada mañana apreciaba una nueva veta de edad en sus párpados. Ya sólo sonreía en presencia de los demás, para que pareciera que era feliz. Pero no lo era.

Lo supo el día que conoció a aquel policía.

Parada frente al semáforo en rojo, pensando en sus cosas, no se dio apenas cuenta de que la luz había pasado a verde. Sólo el sonido de los cláxones la despertaron de su ensimismamiento. Al avanzar por la avenida, notó que un coche azul oscuro la seguía de cerca. Al principio le bastó con mirar un par de veces por el retrovisor, pero poco a poco, metro a metro, los nervios por la cercana presencia de aquel Audi se empezaron a meter en el estómago. Los vistazos al espejo se multiplicaron y el miedo hizo presa de ella.

No sabía que podía estar pasando, aunque no sin cierta ironía se dijo que al menos eso era algo nuevo en su vida.

Siguiente semáforo. El Audi se coloca a su lado.

No quería ni mirar, parecía que le hubieran puesto un collarín. Pero la curiosidad pudo más que ella. Y volvió la vista.

Fue una auténtica explosión. Sus ojos se cruzaron y ya no se despegaron. Sin mediar palabra, ni una sola sonrisa. Solo una intensa y penetrante mirada que la paralizó y la dejó sin aliento.

Nunca le había pasado nada igual. Nunca un semáforo había tardado tanto en cambiar de color. Nunca había querido permanecer prendida de unos ojos tanto tiempo.

Iniciada la marcha, se sorprendió cambiando su posición. Ahora era ella la que le seguía y él el que miraba por el retrovisor.

El corazón le latía con más fuerza que los caballos que llevaba su coche y su pulso galopaba por caminos que nunca antes había recorrido.

Dejaban atrás el centro y se adentraban en una zona rural, con casas repartidas a ambos lados y junto a ellas, esqueletos de invernaderos que  dejaban ver su pasado glorioso.

Se sorprendió sobremanera cuando comprobó que el vehículo al que sin pensarlo seguía ponía la intermitencia y aminoraba la marcha hasta parar en una zona de descanso. Y entonces cometió la locura. Y su vida cambió para siempre. Ella también paró.

Vio como si de una película se tratara como aquellos ojos tenían piernas que, lentamente, bajaban del coche. Zapatos pulcros, pantalón con raya perfectamente planchada. Fue subiendo con la mirada. Cinturón negro, hebilla plateada. Camisa azul. Puños remangados. Cuello abierto. Se fijó en la hendidura de su garganta y en la piel morena de su rostro. No era guapo. Pero esos ojos…

Inmovil en el coche, vio cómo él se acercaba y se inclinaba hasta situarse a la altura de la ventanilla. Entonces, sonrió…

En aquel momento no lo sabía, ni siquiera lo intuía, pero cuando Mara pulsó el botón que abría el cristal, también destapó la caja de Pandora de su propia vida.

Juntos iniciaron un recorrido extraordinario por los senderos de sus cuerpos.

Al principio, él tomo la iniciativa, ávido de probar los sabores y las esencias de aquella mujer que le había fascinado de un simple vistazo, cuando rodeaba una rotonda con la mirada perdida, ensimismada y como perdida.

Mara, tímida y abigarrada, hacía lo posible por mantener la compostura, evitar que sus piernas temblaran y tratar de no pensar… mente en blanco, mente en blanco… aquello era una locura… mente en blanco… mente en blanco…

El contacto de sus manos hizo el milagro y todo su cuerpo vibró. Se dejó arrastrar por aquella marea de pasión que ni siquiera sabía que existiese. Cerró los ojos y sintió, como hacía mucho tiempo que no sentía. Sentía por ella. Para ella. Y gozó.

Solo más tarde sabría que él era policía. Quizá por eso siempre se sintió segura. La dureza de su profesión contrastaba con la dulzura de sus caricias y el calor de sus palabras, que salían de sus aterciopelados y carnosos labios como piel de melocotón.

Los wasap empezaron a circular, las llamadas se hicieron cada vez más frecuentes y las citas a hurtadillas se convirtieron en ansiadas aventuras con las que salvarse de la monotonía y la cotidianidad.

Y poco a poco, casi sin darse cuenta, su vida dio un giro radical. Ya se asomaba al espejo con otra mirada, volvía a sentirse mujer, querida, deseada.  Cada mañana,  se sorprendía sonriendo sin razón y esos ojos, aquellos ojos otrora desprovistos de luz, empezaron a brillar.

Brillaban mientras hacía las tareas del hogar, porque ahora pensaba en el nuevo reencuentro con aquel hombre que le había devuelto a la mujer que un día fue. Cantaba en el baño como la sirena que él había visto en ella y soñaba. Había vuelto a soñar...

La historia que habían iniciado había prendido en su interior. Ya no era sólo sexo. Y ahí empezaba lo peligroso. Ella se había convertido en su Nena. El en su Cielo.

Aquella señora resignada a pasar el resto de su vida tal y como había planeado dejó paso a la mujer apasionada y valiente que dormía en su interior. Siempre había estado ahí pero las circunstancias la habían aletargado. El la había despertado y ahora ya sería muy difícil volver a dormir a aquella chica valiente. Porque si había algo que ahora tenía claro es que ya no quería volver atrás, costara lo que costara, pagase el precio que pagase. Y no era por El. Lo hacía por ella.

Poco a poco, su familia comenzó a notar ese cambio de actitud, a apreciar su alegría en pequeños detalles. Incluso sus amigas parecieron ponerse de acuerdo para verla más guapa…- Si ellas supieran-, sonreía Mara para sus adentros.

Lejos de complicarle la existencia, que, para que engañarse, se la había complicado, aquella relación furtiva le había devuelto a Mara el respeto a sí misma y le había mostrado el reflejo de su yo verdadero.

Y frente a ese espejo había aparecido la niña sin miedo, la chica alocada que fue, la Mara valiente,  la mujer apasionada que nunca debió dejar de ser.

Entonces, frente al espejo de sí misma, Mara se dijo que aquello había merecido la pena. No importaba cuánto durase. Porque había servido para devolverle la felicidad, por breve que fuera.

Felicidad, qué palabra tan bonita, tan lejana a veces, tan cercana otras. Tanto, que parecía poder tocarla con la yema de los dedos.

No se arrepentía de aquella locura. Se hubiera arrepentido de no haberla hecho. Toda la vida.

Vive el momento. Carpe Diem.


                                                                                  
                                                                      ANA GAMERO