jueves, 18 de octubre de 2012

ROJO CARMIN



En todos los momentos de crisis que ha vivido el mundo, las mujeres hemos reaccionado poniendo  “al mal tiempo, buena cara”. Por eso, cuando las cosas van mal y el pesimismo se adueña del ambiente, nosotras nos ponemos el mundo por montera y nos pintamos los labios de rojo. Eso es un signo inequívoco de la fuerza que tenemos las mujeres, de nuestra capacidad para afrontar los malos tiempos y de nuestro coraje para salvar las situaciones más difíciles.

No entiendo pues porque se dice que somos el “sexo débil”. ¿Débil de qué?. Si en cada época de la humanidad hemos sido los pilares y resortes de una sociedad cambiante y en constante evolución. De hecho, durante los primeros pasos del ser humano se establecían matriarcados en los poblados, un sistema que aún hoy perdura en muchas tribus del mundo y que secretamente sigue imperando en muchos hogares.

Cierto es que el pensamiento machista y dominador del hombre, aderezado con dogmas religiosos y consignas políticas, nos sometieron durante siglos y nos retrotrajeron a un segundo plano, pero incluso ahí, en aquel pequeño rincón oscuro al que nos condenaron, fuimos capaces de forjar a grandes hombres y mujeres, gestionar la economía de nuestro micromundo y buscar fórmulas para pasar nuestros ratos de ocio.

Y quizá por esta presión a la que durante siglos nos vimos sometidas, las mujeres aprendimos a valernos por nosotras mismas, a encontrar nuestro espacio y a beber a pequeños sorbos la felicidad.

Y llegó el día en el que las mujeres abrimos los ojos y vimos lo que valíamos y entonces reivindicamos nuestro papel fundamental en la sociedad. Nos costó. Nos costó mucho. Pero lo conseguimos. Conquistamos el lugar que nos pertenecía por derecho propio. Nos echamos la mochila a la espalda, una mochila grande cargada de sueños, esperanzas y muchos proyectos. En ella incluimos también las labores del hogar, impuestas y autoimpuestas así como la crianza de nuestros hijos. Y a pesar del peso, no nos quejamos. Porque somos felices. Porque podemos decidir qué hacer con nuestras vidas.

Hoy día, aunque nos faltan por conquistar las cotas aún vetadas por intereses cercanos al poder, podemos decir que estamos ram con ram. Hemos aprendido a compatibilizar. A sacar tiempo de donde no lo hay. A poner una gran sonrisa a nuestros hijos aunque lleguemos agotadas de trabajar.

Nos hemos calzado los tacones y a la vez nos hemos puesto el casco de obra. Hemos desarrollado el don de la ubicuidad. Hemos aprendido a ser ambidiestras y salimos cada día a comernos el mundo.


Y todo, con los labios pintados de rojo carmín.