jueves, 29 de marzo de 2012

LA HUELGA DEL MIEDO

El día amanece nublado y el tiempo suave pero en el ambiente se percibe algo inusual: silencio. En hora punta no se escucha el motor de los coches, los semáforos permanecen solitarios y las calles aparecen vacías. Pero yo estoy decidida a hacer hoy mi vida normal. Arreglo a mis hijos y los llevo al colegio e inmediatamente después me dirijo a mi trabajo, porque yo soy de esas afortunadas que lo tienen y en esta jornada de huelga general, quiero ejercer mi derecho, mi derecho a acudir al trabajo, que debería ser igual de importante y respetado que el derecho a secundar el paro.

Ay el paro, pero del otro, saben mucho los más de cinco millones de personas que están sin empleo en nuestro país. Esos no podrán ni siquiera ir a la huelga porque ni esa oportunidad tienen. Pero de esos no se han acordado hoy, ni desde hace mucho tiempo, los sindicatos. Esos que se dicen defensores de los trabajadores, de los suyos, han movilizado a todos sus delegados para “informar”, como si todavía hoy los ciudadanos no fuéramos lo suficientemente capaces de obtener datos a través de la tv, prensa y radio, ni que decir de internet.

Pero bueno, pase lo de “informar”. Lo que no se puede consentir es que en pleno siglo XXI las libertades de este país sólo existan para unos pocos. Porque si el derecho a la huelga es un logro alcanzado gracias a la presión y el trabajo desarrollado por las organizaciones sindicales en una época muy difícil para España quiero recordar, por si alguno se ha olvidado o simplemente no se lo ha leído, que en la Constitución de 1978 se recoge específicamente el derecho al trabajo, véase el artículo 35.1. 

El respeto es la base de cualquier sociedad civilizada. Y en esta huelga general convocada por UGT y CCOO no ha habido, en muchos casos, ni libertad ni respeto y eso, viniendo de unas organizaciones sindicales con tanta solera, con tanta historia, con tantos logros alcanzados en pro de los trabajadores es simplemente injustificable.

Los piquetes “informativos”  han recorrido las calles de las principales ciudades “invitando” a aquellos que hoy han decidido trabajar a que secunden la huelga y en su caso, cierren sus establecimientos.. Ha sido el día a día de esta jornada de huelga, en la que los más no han acudido a su trabajo por miedo a represalias. ¿O es que los que han querido asistir a sus puestos de trabajo no son trabajadores?  ¿O es que los autónomos que quieren abrir sus establecimientos tampoco son currantes?  ¿No se merecen respeto?.

Calles vacías, comercios cerrados, silicona en las mochilas de los sindicalistas y piquetes controlando la situación y utilizando gritos en vez de argumentos, crispación en lugar de diálogo, insultos en vez de comprensión. Miedo en el ambiente.

Y ahora dirán que la huelga ha sido un éxito y que ha registrado un alto índice de participación, unas estadísticas que se basan en el temor, en el miedo, en el ánimo de no tener problemas con los de los sindicatos.

Queda claro que los sindicatos no son, ni de lejos, aquellos que fueron. Y lo digo porque si bien antes los dirigentes obreros de UGT y CCOO eran “currantes” de verdad ahora los que llevan el cotarro son otros, aquellos que en mítines y apariciones públicas aparecen con un look obrero  pero que en el back stage tienen gustos de “señoritos”, con cruceros de lujo y restaurantes de postín, unas aficiones que seguro no se pueden permitir los cinco millones trescientos mil parados de este país ni tampoco los mileuristas que trabajamos.

Esa es la nueva clase político-sindical que tenemos en la actualidad en CCOO y UGT y esos, perdónenme, no me representan a mí, sencillamente porque no me siento representada por ellos.

Quizá habría ido hoy a la huelga si en su día hubieran denunciado las mentiras de los brotes verdes. Pero claro, entonces Gobierno y sindicatos estaban de luna de miel, subvención va, subvención viene y era de muy mal gusto morder la mano que te da de comer.

Ahora, que ya le hemos visto al lobo no sólo las orejas sino hasta los dientes y el rabo, vienen estos señores de los sindicatos y nos invitan- o nos recomiendan vivamente- ir a la huelga, no importa el sueldo del día sin cobrar, sobretodo porque ellos sí cobrarán esta jornada como horas sindicales. Ja.

Creo sinceramente que a estos señores se les ha visto el plumero, que deben variar su estrategia y adoptar otras medidas de protesta que no sean del siglo pasado, fundamentalmente porque en épocas de crisis lo que menos necesita un país es un parón traducido en miles de millones en pérdidas. Podrían haber ideado una huelga a la japonesa, digo yo, por aquello de ayudar entre todos a sacar España hacia delante.

Este país es de todos, porque así lo decidimos cuando votamos la Constitución y en este país no cabe el “o conmigo o contra mí”. Todos somos ciudadanos, todos somos trabajadores y todos tenemos derecho a elegir si ejercer nuestro derecho a la huelga o bien decantarnos por nuestro derecho al trabajo. Y todo ello, con el respeto hacia la otra parte, aunque claro, esto, en  tiempos que corren, parece ser una utopía.



                                                                                                                                                                                                                                                     

miércoles, 28 de marzo de 2012

LIBERTAD SIN IRA


¿Tú vas a ir a trabajar mañana?.- Esa es la pregunta que unos y otros nos hacemos estos días y en mi caso, a cada cuestión planteada he encontrado la misma respuesta: “ No sé. Yo quiero ir pero tengo miedo…”. Tal cual. Y no una ni dos personas, sino la práctica totalidad de aquellos con los que he hablado me han expresado sus temores a ejercer un derecho que les es propio y nos pertenece a todos: el derecho al trabajo.
La libertad nos concede la opción de elegir entre secundar la huelga – decisión respetable al 100%- o abrir las puertas de los establecimientos y realizar nuestra jornada laboral con normalidad. Eso, al menos en la teoría, tal y como aparece reflejado en la Constitución española, aunque por desgracia, en la práctica las cosas no son como parecen.
El miedo es una sensación que afortunadamente los de nuestra generación no hemos conocido por la época en la que hemos nacido. Sin embargo, ahí están nuestros padres , más duchos y experimentados en estos temas, para aconsejarnos que no vayamos a trabajar, que las cosas se pueden poner feas, que hay insultos y amenazas, cerraduras con silicona… que es mejor quedarse en casa, aunque uno no quiera, para evitar problemas.
Y yo me niego, porque yo he vivido toda mi vida en democracia y no entiendo otra cosa que no sea el respeto a las ideas de cada cual, la libertad individual de cada sujeto y el derecho que uno tiene a elegir. No es culpa mía. Es lo que me han enseñado. “En eso consiste la democracia”, me dicen. Por lo tanto, no entiendo otra manera de actuar que no sea conforme a la Constitución española y no concibo que nadie presione, amenace, coaccione o coarte a otro sencillamente porque no piense como él o no quiera hacer lo que él dice. Porque eso no es democracia. Eso es una dictadura.
Hay una frase que me encanta: “Tu libertad termina donde empieza la mía”. Porque de nada sirve que tú impongas tu modo de actuar si así me estás impidiendo actuar a mí libremente. Creo que lo más bonito del mundo es poder elegir con libertad y con respeto, unos valores muy ensalzados en nuestra sociedad pero por desgracia muy poco practicados.
Cada cual tiene sus razones para ir a la huelga o para acudir a trabajar y todas son legítimas y perfectamente comprensibles. Al menos, así debería ser. Por eso mañana debería ser un día tranquilo en el que la sociedad demostrara su madurez ejerciendo sus derechos sin avasallar los derechos del otro. Porque entonces habremos perdido la esencia de los valores democráticos por los que tanto hemos luchado.
Quiero que mis hijos crezcan con la tranquilidad de saber que son libres y que pueden tomar sus propias decisiones, sin temores, sin miedos a decir lo que piensan y a actuar según su criterio sin coartar los derechos de los demás. Quiero que asuman que la libertad, sin respeto, no es libertad.
Yo mañana quiero ir a trabajar. Yo mañana iré a trabajar porque así lo he decidido libremente y espero tener una jornada laboral tranquila, sin sobresaltos, sin temores, sin miedos. Porque un pueblo con miedo es un pueblo perdido y abocado al sometimiento. Y yo no he nacido para ser sometida.

viernes, 23 de marzo de 2012

ADIOS, MI ESPAÑA QUERIDA



Una vieja y solitaria maleta descansa cubierta de polvo en algún altillo o soportando los envites de la humedad en un lóbrego sótano. Tendrían que haberla tirado hace ya tiempo pero sus dueños se resisten a hacerlo. Son tantos los recuerdos que guarda en su seno, tantas las lágrimas que cayeron sobre ella en el viaje, tantos los suspiros de morriña que inhaló y que se han quedado impregnados en sus paredes…
La porteadora de sueños, esperanzas e ilusiones en un futuro mejor duerme en un paisaje diferente al que la vio nacer. Ha aprendido el idioma, se ha empapado de las costumbres del país en el que recaló allá por los años 60 y ha echado raíces en esa lejana tierra, tantas, que ya le es imposible volver y dejar a hijos y nietos atrás.
Muchos fueron los españoles que hace 50 años decidieron probar suerte en el extranjero y marcharse a trabajar a países como Alemania, Bélgica, Suiza e incluso cruzar el charco y abarcar hasta México o Estados Unidos. Todos ellos perseguían el sueño de la prosperidad, empujados por circunstancias difíciles, una economía precaria y el anhelo de la tierra prometida.
Aquellos desoladores años en los que muchas familias se resquebrajaron por la distancia y el olvido y los pañuelos blancos ondeaban en las estaciones de tren empapados en lágrimas de ausencia y dejando miles de pueblos huérfanos de juventud, esos desoladores años que creíamos olvidados nos son devueltos por la historia como un boomerang que pensábamos perdido y que regresa para colocarse en el mismo punto de partida.
Ahora son los jóvenes del siglo XXI los que emigran. Ya no llevan desvencijadas maletas aunque en sus macutos y mochilas llevan las mismas ilusiones que sus padres y abuelos. No van como los Pepes de la película de Alfredo Landa sino que llevan bajo el brazo titulaciones de Ingenieros, arquitectos, informáticos y expertos en Telecomunicaciones. No tendrán que expresarse por gestos hasta que aprendan el idioma porque es una asignatura que ya dominan y ocuparán cargos cualificados que nada tienen que ver con los de operarios en fábricas masificadas.
Alemania precisa entre 500.000 y 800.000 profesionales que hemos educado en España y que ahora se ven obligados a emigrar para poder tener un puesto de trabajo. Sus carreras, sus máster, sus doctorados, sus idiomas no les han servido de nada. En un país como el nuestro, donde la tasa de paro extiende su negro manto para ensombrecer la vida de 4.599.829 parados, no hay sitio para los jóvenes. Actualmente, España tiene el 26,87% de paro juvenil, un auténtico drama que ha llevado a muchos a plantearse lo que nunca antes habían pensado: dejar su casa, su familia, sus amigos y empezar una nueva vida, lejos.
No es baladí decir que el número de emigrantes crece día a día y que las últimas cifras hablan de un 25,6% de emigrantes censados en el extranjero. Y las administraciones, presionadas por la imparable sangría del paro, alientan este éxodo provocado por la recesión.
Ahora las cartas se han sustituido por e-mails y las redes sociales favorecen la comunicación diaria con los seres queridos. El Skipe atrapa la imagen en vivo de los rostros más queridos a través de videoconferencia y el Víber ayuda a estar en contacto telefónico permanente gracias al Smartphone vía internet.
Aún así, las lágrimas de despedida siguen siendo las mismas, los sentimientos encontrados, también. El anhelo de la terruña permanece omnipresente en los corazones y la avidez por oler, comer y sentir como en casa se convierte en un precio demasiado duro a pagar.
Nuestros jóvenes se vuelven a marchar y nosotros, con miradas impotentes y doloridas asistimos a la repetición de la historia con la esperanza de que los tiempos cambien, las cosas mejoren y nuestro país pueda darle su sitio a esta generación de jóvenes sobradamente preparados que han apostado por la formación y la especialización y que ahora ven como única salida el otro lado de nuestras fronteras.
Un país sin jóvenes es un país sin futuro y sin futuro no hay esperanza. Por eso hoy me siento Indignada e Impotente u también Irritada ante la pasividad de nuestros Gobiernos, que asisten Indolentes a la marcha masiva de nuestro mayor tesoro y nuestra mejor Inversión. Ver para creer.