miércoles, 22 de febrero de 2012

LA FIESTA DE LA LIBERTAD





Don Carnal llega un año más a nuestras vidas para dibujar una sonrisa de felicidad en nuestros rostros abigarrados por la rutina diaria, el aburrimiento y los problemas, que este año nos vienen al cuadrado gracias a la crisis.
Este indómito caballero que siempre nos visita por febrero desde hace miles de años arremete contra lo establecido y lo políticamente correcto para dar un poco de salsa a nuestra vida y de paso liberarnos durante unos días de las mordazas impuestas o autoimpuestas, según sea el caso.
            Y es que aunque pensemos que el carnaval es para niños y para que las mamás gocemos disfrazando a nuestros retoños de aquello que según alguna teoría del psicoanálisis, hubiéramos querido Ser, esta fiesta pagana en su origen es mucho más de lo que en realidad parece.
            Durante los días que duran estos festejos más o menos celebrados en todos los lugares y tan castigados durante la dictadura franquista, la alegría inunda las calles de los pueblos y ciudades, los confetis, guirnaldas y serpentinas dan un tono multicolor al gris asfalto, los personajes de nuestros cuentos y de nuestros sueños y/o pesadillas salen de nuestra imaginación para hacerse reales y el `buen rollo´, tan necesario en estos tiempos, se hace el dueño de nuestras almas.
Además, el carnaval te da licencia para expresarte con libertad a través de las coplas que repletas de sarcasmo e ironía arremeten contra los poderes fácticos, narran cual juglar la situación social del momento y se ríen de lo cotidiano. De ahí la importancia de que exista el carnaval porque es un soplo de aire fresco frente a la constreñida Doña Cuaresma, tan rígida y tan recatada ella.
Esa libertad que todos ganamos con la Constitución de Cádiz en 1812 y que durante décadas estuvo coartada, queda refrendada cada carnaval porque es en estos días cuando el derecho que siempre tenemos a expresarnos queda patente y nos recuerda que esa libertad que prodiga Don Carnal es algo que nos hemos ganado a pulso, algo que debemos defender frente a los intentos de censura que arrecian cuando hay a quien no le gusta lo que se canta a ritmo de tres por cuatro.
Coros, comparsas y chirigotas pregonan al son de la caja y el bombo las vicisitudes de la vida diaria, las injusticias sociales y los despropósitos del político de turno aunque todo ello va aliñado con el toque de humor que da singularidad al carnaval y sin el cual éste no se entiende.
Así, cuando en estos carnavales salgamos a la calle a disfrutar de la fiesta, la música y el baile de máscaras, también saldremos a reivindicar nuestra libertad de expresión y nuestro derecho a ejercerla. Saldremos a decir a los poderes fácticos que nosotros, el pueblo, tenemos voz y voto.
Quizá haya quién no comulgue con las ideas de Don Carnal, no entienda la grandeza de la Democracia y el respeto por las opiniones de los demás aunque para esos siempre quedará Doña Cuaresma.



                                                                                              ANA GAMERO.

viernes, 10 de febrero de 2012

EL CUENTO DE CUANDO EL PRINCIPE O LA PRINCESA SALIERON RANAS



 Los cuentos de hadas siempre nos narran las historias de amor en clave de “princesa” en apuros salvada por apuesto “príncipe azul”.

Cierto es que las historias van cambiando y acomodándose a los nuevos tiempos, aunque la esencia sigue siendo la misma, los estereotipos continúan manteniéndose y aquel que no se ajusta a los personajes establecidos queda fuera del marco de fotos de lo políticamente correcto.

Y es que hay niños y niñas que desde su más tierna infancia sienten cambiados los papeles. Pequeños principitos a los que les gustaría ser princesas; Princesitas a las que sus mamás miran con cara de preocupación por que no son las “señoritas” que ellas quisieran que fueran.

Y cuando abandonan el maravilloso mundo infantil y se adentran en la adolescencia, un torbellino de sentimientos encontrados se manifiesta, una lucha interior se desata en sus corazones y en sus cuerpos porque sienten diferente a los chicos y chicas que les rodean y desean estar secretamente con ese amigo o amiga especial con el que les gustaría llegar a más.

            Afortunadamente de unos años a esta parte, y en buena medida gracias a los medios de comunicación y a personajes como el político Pedro Zerolo, el juez  Grande- Marlaska, el cineasta Pedro Almodóvar, la actriz norteamericana Ellen Degeneres o el presentador televisivo, Jesús Vázquez, entre otros muchos, ahora ser gay o lesbiana está perfectamente aceptado en la forma – aún no sé si en el fondo-, si bien el camino que estos chicos y chicas han de seguir hasta aceptar, hasta aceptarse como homosexuales, es ciertamente difícil y tortuoso.

            Tengo muchos amigos gays y todos ellos coinciden en señalar que hasta aceptar su condición lo pasaron mal si bien una vez reconocida su homosexualidad, la felicidad se instaló en sus vidas ya que aprendieron a quererse tal y como son, personas con sus virtudes y sus defectos que aman, sufren y lloran y que sólo quieren vivir como uno más dentro de nuestra sociedad.

            Hoy día el colectivo homosexual es de los más demandados por empresas automovilísticas, cadenas hoteleras, el mundo de la moda y el sector restaurador porque supone un foco inversor enormemente importante dentro de nuestra economía ya que estas parejas no sufren las cargas propias de una familia que se diga “normal”. Así, dado su poder adquisitivo, se pueden permitir el lujo de comprar un coche biplaza, un loft o un conjunto de Dolce & Gabanna y también pueden disfrutar al completo de sus vacaciones en cualquier crucero o punto lejano del planeta sin tener que mirar el calendario escolar.

            Hay veces en las que incluso me dan envidia por la libertad que , aunque claro, eso es ahora, porque no hace mucho tiempo se les perseguía, torturaba y asesinaba simplemente por su condición sexual.

Genios como Lorca y otros tantos personajes anónimos murieron sólo por ser gays en un mundo en el que los roles estaban perfectamente definidos: los hombres tenían que ser muy machos y las mujeres unas señoritas.

Se olvidaron de que hubo una era de esplendor para la cultura, la ciencia y la filosofía en la que los hombres de la civilización griega sólo amaban la belleza sin tener en cuenta bajo que cuerpo se presentara, como también se olvidaron de las alegorías egipcias sobre la homosexualidad o de las alusiones de los poetas romanos Virgilio y Horario sobre el deseo entre personas del mismo sexo. O quizá también obviaron la condición homosexual de figuras renacentistas como Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel, entre otros artífices del desarrollo científico y artístico de nuestro mundo.

Y digo esto para demostrar que en esta vida todo depende del color con el que se mire y de la época histórica de la que hablemos, de las normas que se establezcan, de los prejuicios que se instauren, de la influencia de la religión imperante y de otros tantos factores que nada tienen que ver con la individualidad de la persona.

Por eso doy gracias por vivir en estos tiempos de tolerancia y libertad en los que nadie mande sobre los sentimientos de nadie ni sobre la cama de nadie y estoy muy orgullosa de tener amigos gays y lesbianas que han sabido saltar las barreras de los prejuicios y reclamar su propia identidad como personas.

lunes, 6 de febrero de 2012

LA MARIPOSA ROSA




Todo cuento que se precie debe empezar por el clásico Erase una vez, así que para comenzar con buen pié, asumiremos como propio el Erase una vez…

Mi historia es la historia de una mariposa. Nació, como todas, de un huevo y tras pasar por su etapa de oruga en el pequeño mundo que la protegía, experimentó una gran metamorfosis y se transformó en crisálida en la que ya como adulta despuntó por su belleza, gracia y elegancia. Vivía en un bosque mágico en el que el sol se colaba por las rendijas de los árboles y las flores multicolores  extendían su manto por doquier.

La mariposa, que se llamaba Rosa, volaba y volaba libando el néctar de las flores, rodeada de calor y comodidad. Coexistía acariciada por las ramas, protegida por las rocas, refrescada por el  arroyo que circundaba su hábitat.

Así transcurría una vida apacible y programada hasta que un día la mariposa Rosa miró más allá. Levantó las antenas y quiso elevarse para ver el mundo. Y voló. Y ascendió hasta alcanzar las copas de los árboles y entonces lo vio. Un horizonte inmenso por explorar, hermoso y cargado de misterios.

Y la mariposa Rosa decidió que quería ver el mundo, conocer a otras mariposas, posarse en otras flores, beber de otras fuentes. Voló y voló y voló y aprendió muchas cosas durante su largo viaje y cuando estuvo colmada de experiencias, inició el regreso al hogar, de nuevo al amparo de su comunidad.

Narró a sus compañeras lepidópteras las mil y una experiencias vividas y se dispuso a ser una buena mariposa, una mariposa que fuera lo que se esperaba de ella. Y es que según lo establecido por su sociedad, al crecer una mariposa debe dejar de volar sin ton ni son, debe fijar su rumbo y seguir el objetivo de poner huevos y formar nuevas larvas.

Fue tanto el empeño que puso en esta tarea la mariposa Rosa, que incluso se olvidó de soñar, guardó sus deseos en un cofre con forma de nuez, puso a hibernar sus sentimientos y se olvidó de  sí misma, de cuidar sus alas, de avivar los colores a fuerza de retos e ilusión. Se dio a los demás y su vuelo se volvió lánguido y rasante, sin aspavientos, alejado de cualquier pirueta y desprovisto ya del entusiasmo que tanto la caracterizó.

Pero un buen día, algo la despertó de su maduro letargo. Un viento huracanado se levantó en su interior,  su sueño se agitó y entonces un arco iris de color inundó su corazón. Era ella, Rosa, la mariposa. Siempre había estado allí y redescubrió que bajo la apariencia que se había pegado como una segunda piel en su abdomen con el paso de los años, seguía latente esa pequeña rebelde que tanta curiosidad tenía por la vida y que con tanto énfasis abordaba cada nueva experiencia y aventura.

Las alas volvieron entonces a recobrar su brillo y aquellos colores crisálidos con los que la naturaleza la doto y retomo los vuelos de reconocimiento. Subía a las alturas para después iniciar el descenso en picado a sabiendas de que esa sensación indescriptible en la que se cruza el miedo con la pasión y la adrenalina dura solo unos segundos. Sin embargo, algo en su interior se removía desvelándole el sentido de su efímera  vida.

Porque tal y como aprendió la mariposa Rosa, no se puede hacer feliz a los demás si uno no es feliz antes. Y solo lo conseguiremos si cada uno de nosotros miramos en nuestro interior, desciframos nuestro destino y buscamos la manera de hacer realidad nuestros sueños.
                                                        

jueves, 2 de febrero de 2012

EL PASO DEL ECUADOR

Escribir es mi psicoterapia perfecta, mi forma de expresarme, mi manera de gritar al mundo mis sentimientos, mis reflexiones, mis paranoias. Pensamientos que atraviesan mi mente y que fijo sobre el papel para que no se escapen. Recuerdos que vuelven para revivir momentos importantes de la vida y que merecen la pena ser narrados, al menos para mí.

Porque todos tenemos una faceta narcisista y egocéntrica que nos hace creernos el centro del mundo y pensar que nuestra historia, nuestra biografía debe ser contada. Los escritores tenemos ciertamente exacerbada esta afición del ser humano al yo mismo, nuestro mejor equipo.

Y heme aquí que me encuentro en esa tesitura en la que no dejo de pensar en mi vida, la vivida, y en mi particular paso del Ecuador por ella. He llegado a ese momento en el que he tomado conciencia de los años que han pasado, volando, y una sensación de vértigo se ha apoderado de mí.

He sentido un pellizco en el estómago al pensar en el camino que ya he recorrido, la gente que he conocido, las experiencias que he vivido, las fiestas de las que he disfrutado y las penas que he llorado, las menos.

El tiempo pasa pero yo no me había enterado, hasta ahora. Soy yo esa que ya tiene amigas “desde hace 25 años”, esa cuya promoción universitaria se prepara para celebrar “el 20 aniversario”, esa que está reencontrando en facebook amistades de pubertad, esa que reconoce a sus compañeras de colegio en los rostros de las hijas de aquellas. Y no me gusta.

Hasta ahora yo había pensado en mi misma como la joven llena de energía y proyectos que ha tenido experiencias vitales que no cambiaría, como de hecho no las cambio, pero mi auto-imagen ha cambiado. Me lo constató un maldito cajero de Mercadona hace unos días, cuando al pasar por la cinta la compra diaria me dijo muy sonriente: - “Gracias, Señora”- . ¿Señora? ¿Pero este de qué va?- pensé yo indignada y dolida por lo que yo entendí como una ofensa. La confirmación de que mi edad del pavo ya pasó hace mucho llegó cuando al preguntar a la hija de mi amiga si conocía a Hombres G me preguntó muy seria: ¿Quién?. ¡ Quién! , dije yo, pues esos con los que hemos crecido millones de niñas, esos chicos de pantalón pescador y calcetines blancos con los que reímos, lloramos, nos enamoramos y saltamos como locas al ritmo de `Venecia´o `Sufre Mamón´. Y para terminar de hacerme caer en la cuenta de mi edad me estoy encontrando con antiguos amigos y conocidos de esos que dices “me suena su cara” y luego resulta que fue compañero de juergas y buzón de secretos de juventud. Y dices:

¿ Cómo he podido olvidarlo? Y tú sólo te contestas: “Es que hace ya dos décadas de todo aquello”. Y entonces esa sensación de malestar en el estómago se vuelve a adueñar de mis tripas.

Lo peor de todo este discurso conmigo misma es que si lo lee alguien de menor edad no entenderá de qué hablo y si por el contrario me sigue una persona más mayor se indignará ante mi casi depresión de los casi cuarenta y deseará tenerlos él una vez más. Vamos, que nadie me entenderá salvo que esté pasando por esta misma situación. El no saber si uno está en la franja de edad joven o en la de mayor. En esa edad en la que mirar atrás empieza a ser demasiado lejos y mirar hacia delante se presenta con cierto temor. Esa edad en la que sentimientos como el miedo a la muerte se hacen presentes en tu mente y la idea de hacer testamento “por si acaso” se te aparece de repente. Esa edad en la que los planes de futuro van siendo difusos y empezamos a pensar más en el presente.

Porque no se puede vivir de las rentas del pasado, por muy glorioso que este haya sido, como tampoco se debe esperar en el futuro. Hay que vivir el ahora, el momento, nuestro particular Carpe Diem, porque solo así exprimirás la vida como si fuese tu último día.

Aún así no puedo evitar reflexionar sobre mi propia historia y al hacer el balance de mi particular paso del Ecuador, una sonrisa se adueña de mi corazón: he sido feliz, muy feliz. He reído, he bailado, he disfrutado de mis mejores años llevando como compañeros de camino a una familia estupenda, magníficos amigos y experiencias inolvidables, lo cual provoca en mí cierta morriña que sin embargo me empeño en desterrar. Porque quiero convencerme de que aún quedan muchas cosas bellas que vivir, muchas sensaciones que experimentar, muchas sorpresas por descubrir. Pero esa es otra historia que hasta dentro de otros cuantos años no os contaré…



                                                                                              ANA GAMERO.